Si quieres leer la 1ª parte… Un espía en el metro.

Quedamos en vernos dentro del metro en la estación de Nervión. Él se subiría, me haría una señal como diciéndome «nuestro hombre ha subido» y yo pondría a funcionar el plan que habíamos preparado con mucho celo durante varios días.

Era feria, por lo que el metro iba lleno. Entre trajes de flamenca, zapatos llenos de albero seco (no habían tenido tiempo de limpiárselo desde por la mañana), los carritos de los niños, la madre que no acertaba a ponerle la flor a su hija y si a eso le sumamos cómo fluía la marea de gente cada vez que el vagón daba un vandazo, el trayecto fue entre divertido y grotesco… así que se alinearon todas las circunstancias para que nuestro hombre no sospechara nada, a mí no me conocía y lo de nuestro espía podía seguir pasando por una mera casualidad rutinaria.

Así que cuando en Nervión entró me volvió a guiñar el ojo, al tenerlo cara a cara le comenté, bajito (para eso somos espías) que la próxima vez se inventara otra señal, a ver si la gente se iba a pensar lo que no es. Me dio indicaciones de hacia donde se dirigía el hombre N, (por cierto, no se si conseguiremos nuestro objetivo, pero el colega es más listo que nosotros porque estando el metro lleno encontró un sitio para sentarse). Seguimos cuchicheando, mirando por el móvil el camino que recorrería una vez que se bajara en República Argentina. Hoy nuestro hombre había vuelto a abrir su netbook y se había puesto a mirarlo con fruición, con cara de interesado y totalmente deshinibido de lo que ocurría a su alrededor, ni el puñetero niño que tenía a su lado pegando berríos le incomodaba. Era un hombre de hielo, lo que lo hacía más intrigante.

Llegó el momento de bajarse, y con nosotros la multitud de gente, dado que la parada estaba muy cerca del real de la feria. Nuestro hombre se dispuso a salir por la misma puerta que yo, mientras que el espía saldría por otra y siempre detrás suya. Le dejamos unos segundos de distancia y varios escalones en la escalera mecánica que nos iba a llevar de un momento a otro a la calle. El plan consistía en que uno de nosotros le seguiría los pasos a una distancia considerable y el otro se cambiaría de acera. En cuanto pude crucé por el primer paso de cebra, al ser la Avenida muy larga y dado que el hombre N vivía justo al final de la misma, debíamos de tener cuidado de que no nos descubriera, sobre todo al espía que iba a su espalda. En un momento dado el hombre N se paró en el VIP, el espía siguió para adelante disimulando con su móvil, yo me quedé expectante hasta el momento en que el hombre salió de la tienda, crucé con prisa (y los más disimuladamente que pude) y alcancé a leer el título del libro que había comprado… «Un espía perfecto» de John Le Carré.

Durante varios segundos me quedé petrificado, el hombre N giró hacia la izquierda rumbo a su domicilio y cuando volví en sí y el espía se encontró conmigo nos quedamos mirándonos el uno al otro sin saber que decir. Hasta que yo rompí el silencio: «Este final no le va a gusta al jefe»…