Fin

La Semana Santa se escribe por las noches. A esa hora en la que los vencejos se ríen por lo corta que hace sus mañanas la primavera. En las linotipias se acumulan letras que cobrarán su sentido cuando se oxiden y el tiempo de valor a lo leído. En la oscuridad es donde vive la Semana Santa, hay que ir a buscarla y remover en su interior la pasión y el consuelo que se creía perdido. Esa conmoción de escuchar a las monjas cantarle a la Virgen de Consolación a su paso por la Residencia de Luis Montoto.

Sevilla es la suma de muchas noches, no se puede resumir en una. Cuando se apilan las sillas en la Plaza Virgen de los Reyes, se amontonan los adjetivos de las crónicas por venir, sólo existe el silencio entre párrafo y párrafo. Hay una espacio minúsculo por donde se mira y se lee la muerte de Jesús en la Mortaja. En los ojos de su madre hay más luz que en muchas madrugadas juntas. Mientras tanto se nos escapa el buen ladrón en la penumbra, no deja sombras, se escabulle por entre la gente que absorta juzgan lo que ya han juzgado mil veces. La hermandad más multitudinaria de la ciudad es la de los prejuicios.

Pero la claridad aún no ha llegado a desprenderse su pátina de Viernes Santo, el consuelo sigue inerte, se acurrucan oraciones con destinatario fijo, se alinean las gárgolas con el patibulum y se presiente otra noche de cruces sin sentencia aparente… y es el Cachorro el que grita con esa sonrisa crucificada en sus labios, como si no quisiera desprenderse de la tierra. Echa volutas de viento a cada paso que da, quiere terminar de respirar en la noche eterna para que Sevilla vuelva a inflarle los pulmones otro año.

Anochece en tus ojos… no me esperes despierta, te escribiré hasta tarde.

 

Si quieres leer… Los extrarradios del gusto (I)

Los extrarradios del gusto (II) Domingo de Ramos.

Los extrarradios del gusto (III) Lunes Santo.

Los extrarradios del gusto (IV) Cerro del Águila